Cien viajes después, sigo sin recordar qué letra es la del asiento de la ventana. Ventana que durante unas horas mostrará paisajes, pueblos, ciudades… pero sobre todo un reflejo.
Los viajes exponen nuestras querencias y miedos. ¿Cuán bonito ha sido el hola?¿Cómo de necesario era el adiós?¿Encajaré? ¿Volveré? Sería interesante saber qué opina el desconocido de al lado en cuyo hombre llevo dormido media hora, o cómo de tonto me siento por no ir al baño porque no me ha tocado en el pasillo y pienso que voy a molestar.
A veces buscamos silencios, dándonos de bruces con conversaciones aleatorias. ¿Alguien alguna vez se ha visto la película de la pantalla? Seguramente recurrimos a la música, es un gran remedio para tratar de evadirte de lo que sucede en el vagón. Miro por la ventana intentando encontrar un sentido, una calma o las 500 metáforas de Sabina que se están reproduciendo en mis auriculares y que están cobrando vida.
Foto para insta subida, película o serie vista. Solo quedamos yo y el reflejo, porque el libro que pretendía leer parece ser que está más cómodo en la maleta.
¿Quién, si hay alguien, me espera en la estación? ¿Estoy bien? ¿Es esto lo que quiero? ¿Cuál es mi lugar? ¿Qué me da el punto de partida? ¿Qué me quiero encontrar?
Asientos que han visto historias de amor, los llantos más desconsolados… que han escuchado los ronquidos más feroces y las charlas más interesantes. En dos horas acogerán una nueva historia, un nuevo drama o una nueva alegría. Y así toda la vida.
Trataré de dormir algo, falta poco para llegar.
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